Posteado por: Ricardo Paulo Javier | julio 29, 2008

«El bonobo es ese colega con el que te apetece estar «

Agosto 2008
BRIAN HARE

«El bonobo es ese colega con el que te apetece estar «

A sus 32 años, Brian Hare reparte su tiempo entre el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, en Leipzig, y la selva africana, donde estudia los cooperativos, pacíficos y sensuales bonobos. Según él, las habilidades emocionales y sociales de estos primates nos dan pistas sobre nuestra propia evolución. 
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Parecen chimpancés pigmeos, pero son una especie totalmente diferente. Viven dentro de una feliz y eterna orgía, que usan como una especie de lubricante social para resolver sus conflictos a base de sexo, sin distinciones de rango o edad. Losbonobos, Pan paniscus, habitan en las selvas congoleñas y podrían darnos grandes lecciones de tolerancia hacia los semejantes. Brian Hare, uno de los pocos expertos en estos simios que hay en el mundo, trabaja para conocer y proteger a los pocos bonobos que aún sobreviven. 

–Confieso mi ignorancia acerca de estos animales. ¿Le sucede esto mismo a mucha gente? 
–Nadie sabe nada sobre los bonobos. Hasta las personas más cultas se sorprenden cuando oyen hablar de ellos por primera vez. Hay tres razones que explican este desconocimiento; por un lado, fueron descubiertos en 1933 por casualidad, cuando un antropólogo europeo se dio cuenta de que el cráneo que sostenía en sus manos no era el de un chimpancé joven, como se creía, sino el de una especie totalmente diferente. La segunda razón es que habitan en un solo país, la República Democrática del Congo. Viven concentrados dentro de una jungla increíblemente densa, donde no hay infraestructuras, ni carreteras, ni nada de nada. Es una selva en el corazón de una nación que lleva más de 60 años en guerra. Por último, la cifra de bonobos es muy baja si la comparamos con los millones de chimpancés que existen en más de veinte países. Bonobos hay muy pocos: no llenarían ni un estadio. 

–¿Por eso no ha habido una Dian Fossey de los bonobos? 
–Exactamente. Por eso y porque el antropólogo Louis Leakey –el que envió a Jane Goodall a trabajar con chimpancés, a Dian Fossey con gorilas y a Biruté Galdikas con orangutanes– no conocía los bonobos. El estudio de estos primates está menos avanzado que el de las otras tres especies. Los primeros en hacer investigaciones de campo fueron los japoneses, en los años 70; pero estos estudios fueron únicamente observacionales. Sólo unos pocos centros en el mundo realizan trabajos experimentales con bonobos; no me refiero a nada invasivo, sino a ponerlos a jugar y plantearles problemas para ver cómo responden. Hay uno en EE UU, otro en Leipzig (Alemania), con el que yo trabajo, y el tercero es nuestro santuario de Lola Ya, en las afueras de Kinshasa. Son 30 hectáreas de terreno que incluye la mansión donde el antiguo dictador Mobutu Sese Seko iba a pasar los fines de semana. 

–Describa a estas criaturas. 
–Son pequeños, con caras finas y negras y labios intensamente rosados. Suelen caminar largas distancias en posición bípeda. Yo quiero mucho a los chimpancés porque he trabajado con ellos, pero a los bonobos los adoro. Un chimpancé es ese chico del colegio que uno quería ser; el bonobo es aquel con el que uno siempre quería estar. Son muy divertidos, te miran directamente a los ojos y… sí, sé que no debería humanizarlos, pero se las ingenian para convencerte de que significas algo para ellos. 

–Algunos estudios dicen que evolutivamente los bonobos están por encima de los chimpancés.
–Sí, porque son más tolerantes unos con otros. Yo estudio cómo se relacionan entre ellos sin tener en cuenta el rango social, la jerarquía o el sexo. El objetivo final es hallar las raíces de nuestra propia convivencia. Si queremos conocer la evolución humana, necesitamos trabajar con bonobos porque nuestro ancestro probablemente era muy similar al suyo. El biólogo Richard Wrangham, de la Universidad de Harvard, estudia primates en libertad. Según él, los chimpancés son como los pandilleros de las ciudades que no se llevan bien entre ellos. Van a las tribus vecinas a matar a los machos jóvenes, igual que los humanos cuando hacemos la guerra. Wrangham se dio cuenta de que los bonobos no son así. Nunca se ha observado una interacción fatal entre distintos grupos. Tienen relaciones pacíficas.

–¿Pero si el tiempo de investigación que se les ha dedicado a los bonobos es tan corto, no será que aún no se han observado esos comportamientos agresivos?
–Hay varios primatólogos que se hacen la misma pregunta. Mi respuesta es que si comparamos lo que sabemos de los bonobos con la información que se tenía de los chimpancés en la misma etapa de su estudio, nos damos cuenta de que todas las cosas que hemos aprendido de una especie ya las tendríamos que haber observado, si existieran en la otra. Los chimpancés cooperan para matar. Hay un grupo en África que cada cierto tiempo se entrega a una intensa cacería en la que pueden aniquilar 30 primates en una semana. Nada semejante se ha observado entre los bonobos. Podemos estar seguros de que son muy diferentes. 

–¿Y viven en una maravillosa orgía sin fin? 
–Así es. Usan el sexo como antídoto contra las tensiones y las situaciones complicadas. No sólo lo practican entre hembras y machos, sino con cualquier miembro del grupo, sin importar la edad, la jerarquía o el sexo. Y lo hacen varias veces al día. Además es la única especie donde se ha observado sexo cara a cara, en la posición del misionero, como los humanos. 

–¿Qué tipo de experimentos hacen ustedes con ellos? 
–En dos estudios separados les dimos a los chimpancés y a los bonobos dos montones de comida. Los bonobos jugaban entre ellos antes de sentarse a compartirla, sin ponerse celosos de que otros comieran de su pila. Los chimpancés se evitaban, se sentaban lo más lejos que podían y dejaban claro su mensaje: “esta es mi comida y no te voy a dar nada”. Después hicimos otro experimento que consistía en poner un solo montón de alimentos fuera de su alcance, de tal manera que la única forma de llegar hasta ellos era tirar juntos de una cuerda desde ambos extremos. Los bonobos descubrieron el truco inmediatamente y obtuvieron montañas de comida, mientras que los chimpancés tiraban de la cuerda sólo de un lado y terminaban frustrados y hambrientos. Los chimpancés son igual de listos que los bonobos y saben cómo resolver el problema para obtener el botín, pero no confían en sus compañeros. En cambio los bonobos trabajan con cualquiera, ya sea miembro de su grupo o de otro, sin importarles su jerarquía.

–¿Entonces sus principales diferencias son sociales? –Así es. Eso es muy emocionante porque son especies estrechamente relacionadas, no sólo entre sí, sino con nosotros. Incluso podemos intercambiar sangre con ellos si los grupos sanguíneos coinciden. Para descubrir qué es lo que permite a los humanos cooperar de manera más sofisticada que otros animales hay que tener en cuenta algo obvio: el ingrediente más importante de la cooperación es la tolerancia. Sin ella no se comparte, y si no se comparte no hay cooperación. Si pudiéramos determinar cuál fue la historia de los chimpancés y los bonobos a partir de su último ancestro común, podríamos aprender mucho sobre cómo hemos evolucionado.

–¿Podría decirse que somos como el chimpancé cuando vamos a la guerra y como el bonobo cuando construimos la Estación Espacial Internacional?
–Bingo. Aunque hay que señalar que cuando construimos esta instalación lo hicimos como estadounidenses, en parte para mostrar a los demás que ellos no podían hacerlo. Somos tolerantes con nuestro propio grupo, pero no con otros. Los bonobos aceptan a cualquiera de su especie, aunque sea ajeno a ellos. Pero el grado de cooperación de la sociedad humana exige tener algo de eso que tienen los bonobos.

–¿Hay algún gen que predisponga a ese comportamiento?
–Se acaba de descubrir que muchas de las diferencias entre chimpancés y bonobos se podrían deber a un solo gen “social” que actúa a través de un neuropéptido llamado vasopresina. Quienes poseen ciertos niveles de esta sustancia tienden a ser más sociables y menos agresivos. Resulta que eso es lo que tienen los bonobos, y nuestro patrón genético para la vasopresina es mucho más parecido al de ellos que al de los chimpancés. Hay una explicación física relacionada con la conducta social.

–¿Cómo evolucionaron los bonobos para llegar a ser así?
–Del mismo modo que pasó con los animales domésticos, hubo una selección que favoreció el carácter poco agresivo de los bonobos y produjo cambios en su organismo. Es muy probable que esto haya sucedido a través de las hembras, que durante generaciones han preferido a los machos menos agresivos; es una selección sexual. La selva donde viven es tan rica en recursos, que las hembras se pueden dar el lujo de estar juntas en grandes grupos y formar coaliciones que no se ven en los chimpancés. Se cuidan unas a otras y desalientan a los machos que se ponen pesados. Ellas son las que mandan.

–¿Si se deteriorase su hábitat, cambiaría su personalidad?
–Es mucho peor que eso. No creo que vayan a tener tiempo de atestiguar el deterioro ambiental de su selva, porque son presa del mercado de carne silvestre que se ha puesto de moda entre los ricos de las ciudades del Congo. Para la gente rural, comer grandes simios es un tabú que está desapareciendo en las ciudades.

–¿Cuánto tarda un bonobo en reproducirse?
–Son lentos, como otros simios. Si no se matara ni un bonobo más durante los próximos cien años, su población ni siquiera se doblaría. A los 30 o 35 años la hembra sólo ha tenido unos tres bebés.

–¿Qué sucede con los huérfanos que los traficantes no matan?
–Son la razón de ser del santuario de Lola Ya Bonobo, “paraíso de los bonobos”, donde yo trabajo varios meses al año. Normalmente los traen a la ciudad para venderlos como mascotas –aunque no hay peor mascota que ellos–. Nosotros no los podemos comprar porque estaríamos apoyando la matanza. Pero es allí donde interviene Claudine André, que lleva años arriesgando su vida para salvar a los bonobos. Logró convencer a las autoridades de la República Democrática del Congo para que confisquen estas crías y hagan cumplir la ley. Ahora los huérfanos terminan en el santuario, donde ya hay 52 ejemplares. Su sueño es rehabilitarlos y liberarlos. Mientras tanto, Claudine, que es belga pero se crió en el Congo, trae periódicamente a grupos de niños de la región para que los conozcan y quizás cambien su suerte. Hasta el momento ya han visitado el santuario más de 10.000 niños.

–¿Hay muchos en zoológicos? 
–De 100 a 150 bonobos entre Europa y América, mientras que, sólo en EE UU, hay unos 2.500 chimpancés en cautiverio. Las poblaciones de bonobos en los zoológicos son importantes y deben mantenerse. Lo que no debe permitirse es que se compren bonobos salvajes. Hay un zoo en Lisboa que está intentando conseguirlos de contrabando para sus exhibiciones.

–¿Cuál es la historia de Malou? 
–Malou es mi favorita entre todos los bonobos y chimpancés con los que he trabajado. Es una hembra de bonobo de cuatro años y medio que fue sacada de contrabando del Congo a París para venderla como mascota. Se salvó porque un funcionario de aduanas la descubrió agazapada dentro de una maleta al pasar por los rayos X en el aeropuerto. Claudine André se enteró y contactó con la embajada francesa en Kinshasa, que a su vez habló con el entonces presidente Jacques Chirac, quien intercedió y envió a Malou de regreso a esa capital africana. Malou tiene algo en la mirada que no puedo describir. Cuando te mira sabes que allí dentro hay algo más. Es una criatura que me conmueve profundamente.

Ángela Posada-Swafford

 

http://www.muyinteresante.es/entrevistas/brian-hare.html


Respuestas

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